La noche siguió entre latas, botella, humo, y cartas. En aquel momento yo tenía la ciega grande, y me quedaban unos 26 euros en fichas. No era mucho, pero no solíamos jugar grandes cantidades. La verdad es que no tengo ni puta idea de estrategia en cuanto al póker se refiere… en fin.
Allí estaba yo, con mi botón morado con unas letras doradas que rezaban “Big Blind”, seis fichas verdes de 1 euro cada una, dos amarillas de 5 y una azul de 10. El tipo de mi derecha, no recuerdo su nombre… ¿Ralph? Bueno, llamémosle Ralph, puso una ficha amarilla y dos verdes en el tapete. -¡Joder!- pensé, no me había dado cuenta y ya me estaba jugando catorce euros de apuesta mínima, pero no estaba ahí sentado en La Oficina para pensar, y menos en el dinero, estaba para jugar, para ganar… ganar dinero. Coloqué sin pensar mi ficha azul y cuatro verdes en la mesa y seguimos jugando. Éramos cinco y nadie había dejado de apostar. Nadie se miraba. Nadie sonreía. Como en aquel cuadro de los perros jugando, pero bebiendo y fumando.
Me llegaron dos cartas… a ver… ¡La hostia! ¡9 y 10 de picas!... espero que nadie se haya dado cuenta de mi reacción. Ahora el otro tío de la derecha de Ralph… sea por ejemplo Tom, quema una carta, literalmente, ya que tenían una gran cantidad de barajas y siempre estrenaban, esto se debía a las habilidosas manos de Howard en la tienda del chino Jin-Qi (de esto sí que me acuerdo); y sacó tres cartas descubiertas sobre la mesa… una sota de rombos, bien… un 10 de tréboles, perfecto… y una reina de picas… ¡Dios mío soy rico!
El tío de mi izquierda, Ethan o Edward… Ed, subió con una amarilla, es decir, 5. Luego le tocó a Howard, ¡Ay, pobre Howey! No había hecho más que perder, y se fue de la partida, tiró las cartas sobre la mesa, encendió un cigarro y abrió una lata de cerveza, sin decir una palabra. Le tocó a Tom, maldito hijo de puta, dijo –Veo esos 5, y subo otros 5 más.- Ralph también tiró las cartas. A mí me quedaban sólo 12 fichas, pero no podía dejar pasar esa mano… ¡Maldita sea, era casi una jodida escalera! Y solté mis dos fichas amarillas. Esta vez Ed miró sus cartas indeciso y finalmente se fue.
-¡Muy bien, cabrones, quemad otra y tirad la siguiente!- voceé. Tom hizo lo propio y levantó un As de tréboles. Vi el brillo en los ojos de Tom, en ese momento le odiaba con todas mis ganas, subió los 2 euros que me quedaban a mí, y yo lo igualé desafiante. Tenía una cochina pareja de dieces. El bote ascendía a casi 100 euros, 99 para ser exactos, pero era una tremenda cantidad de dinero. Levantamos las cartas. A ver… un 10 de rombos y un As de corazones. El mamón tenía una doble pareja, y se reía mientras saboreaba su inminente victoria. Lo normal en una historia de la que yo, Paul Village, soy protagonista es que al quemar Tom una carta y sacara la siguiente, saliese un rey y yo consiguiese una genial escalera de 9 a rey, pero Tom conseguiría una superior y ganaría. Incluso podría suceder que Tom quemase la carta y La Oficina se incendiara, teniendo que escapar todos los ocupantes de la misma o morir calcinados. Sin embargo por una vez, esta vez, no ardió nada, ni salió un rey; salió un 8. Un magnífico y bien redondito 8 con su trébol de 3 redonditas hojas negras. La sonrisa de Tom se borró incrédula.
Y esta pudo ser, y de hecho lo fue, la única vez que gané 99 euros en una mano. Sobra decir que a la mañana siguiente no recordaba bien qué había sido de ese dinero, con el que se podría decir que compré una terrible y duradera resaca acompañada del dulce aroma de la victoria, con un regusto a placer por la derrota de un tal Tom o como carajo se llamase, del que nunca volvería a tener noticia.