Capítulo 6: Moscas y fango

Llego a los servicios bastante mareado, los iconos que indican qué baño es el de hombres y cuál es el de mujeres no me resultaban conocidos y me quede un buen rato apoyado en la pared intentando descifrarlos, hasta que una chica, creo que rubia, salió con trozo de papel pegado al zapato.


Abrí la puerta y le di de lleno a un pobre hombre que estaba meando, no sé qué me dijo, yo balbuceé una disculpa despreocupada y esperé a que terminase. Es curioso el hecho de que cuando estás bebido te fijas en algunos detalles que no tienen importancia aparente, como que aquel tío se lavase las manos o en el estampado de los azulejos del baño, blancos con flores anaranjadas.

Entré sin la prisa necesaria y me tomé mi tiempo para mirarme al espejo. Mi pelo largo desgreñado, mi rostro pálido con unos ojos inyectados en sangre, el cuello de mi camisa manchado con lo que parecía pasta de dientes reseca, si era así llevaría toda la noche con esa mancha y no me había dado cuenta pensé. El pantalón estaba algo raspado a la altura de las rodillas y la pernera derecha manchada hasta mitad de la pantorrilla, suerte que mis zapatillas eran negras, porque así se disimulaba el agua que tenía en los calcetines, no sé de dónde, no había llovido.

Me di la vuelta, no me lo podía creer. Ese váter era un jodido cenagal, tenía un agua verdosa con grumos de espuma amarillenta y por algunos lados rebosaba lo que parecían los tropezones de una exuberante diarrea. Algunas moscas revoloteaban ansiosas entre la mugre. Lo que más me llamó la atención es que no capté el nauseabundo hedor de tan grotesco panorama hasta que me convencí a mi mismo que eso era real y debía aceptarlo como tal.


La idea de cerrar los ojos y aguantar la respiración llegó de repente, claro que al estar tan borracho lo hice antes de bajarme la bragueta siquiera. Más o menos conseguí abrirla, pero a la hora de sacar mi instrumento fálico para mear de una vez, perdí el equilibrio, y el paso en falso que di para contrarrestar fue en pleno charco de orín, lo que me hizo resbalar y golpearme en la oreja con la pared, lo que provocó que dejase de aguantar la respiración y tomase una generosa bocanada de ese aire putrefacto.

Moralmente fue un golpe duro, ya que tuve que evacuar en una postura inclinada que aún no comprendo cómo llegué a mantener, para colmo gran parte del zumo que estaba escanciando fue a parar a mi pantalón. Cuando terminé, algo que se me hizo eterno, me giré para verme en el espejo de nuevo, tenía la cara más pálida y un chichón creciente y palpitante en la sien izquierda.

Mi cerebro ebrio seguía maquinando y me hizo creer que nadie se daría cuenta de la húmeda mancha de mi pantalón debido a la escasa iluminación, supongo que yo sabía que no era cierto, pero tampoco estaba por la labor de quedarme ahí esperando mientras se secaba, así que volví a salir con una sonrisa de como si nada hubiera ocurrido.

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