Capítulo 11: Dos ruedas y mucho más puré.

Y así pasaron las horas, bebiendo, charlando… nada especial. Al cabo de un tiempo que no supe calcular habíamos recopilado una gran cantidad de vasos vacíos… fue uno, despacio, el primero se empieza con timidez, probando la suave espuma, luego se acelera hasta que queda aproximadamente la mitad de la pinta, y los siguientes tragos se hacen más cortos y cada más tiempo. Pero esto no siempre es así, cuando comienza la segunda el ritmo se vuelve frenético, y así acumulamos un vaso y otro y otro y otro hasta que nos cansamos del bar.


-Madre mía, ya voy bien… ¿a dónde vamos ahora?- comenté, rompiendo un silencio que reinaba desde hacía rato, interrumpido únicamente por los sorbos de cerveza de mi comensal y míos. Howard se empezó a reír irracionalmente -Pues vamos a La Oficina.- La verdad es que era prácticamente imposible llegar a La Oficina con vida en el estado en el que nos encontrábamos, para empezar nos pillaba muy lejos… ¡qué coño! Estaba infinitamente alejada de nuestras posibilidades de traslación, al menos eso pensaba yo.

-Joder pero si está en el quinto carajo… ¿Cómo coño vamos a llegar hasta ahí?

-Pues en mi moto.

¡Ah, sí! La moto… no recordaba. Pero no, no, era una locura, Howard apenas podía llegar al lavabo sin chocarse contra todas las mesas de la sala, no podíamos coger su moto.

-Bueno… sí, ¿por qué no?

Y una vez más contemplo impotente cómo mi cuerpo funciona y responde por sí mismo, a veces incluso con más sentido que yo. Pero hoy no, cariño, hoy no.

Es raro cómo un estado de embriaguez parcial o total se olvida el camino. Ya sabes, estar en un sitio, y llegar a tu destino sin saber cómo. Yo ya me encontraba con el casco puesto, un casco absurdamente pequeño que me presionaba las orejas contra el cráneo, sentado detrás del pelirrojo piloto, agarrado a su cintura, y a punto de despegar.

No sonó el “tres… dos… uno… ¡Ignición!” y ya estábamos a toda velocidad por la entonces húmeda carretera. Solo alcanzaba a ver la parte trasera del casco de Howard, y las luces urbanas pasando a toda velocidad por nuestro lado. El frío nocturno me había congelado los dedos, entumecido las rodillas y sonrojado la cara por donde debería de estar la visera del casco. El aire me impedía respirar bien, los ojos me lloraban, notaba el zumbido del motor en el culo mientras mis oídos retumbaban por la presión y los ruidos callejeros que solamente pasaban.

Sin previo aviso, una gran masa fangosa y caliente subió por mi esófago, al no tener aire no pude contenerla, y vomité dentro del casco, en la espalda de Howard y por todo mi regazo. No podía aguantar el olor. Dios mío que sensación más terrible… No sé cómo me mantuve a bordo de nuestra nave naranja. Ni siquiera recuerdo que pasó en los momentos posteriores. Ya estábamos en La Oficina, nos habíamos duchado, nos habíamos cambiado con ropa de Howey, y ya estábamos riéndonos descabelladamente de lo ocurrido, como si le hubiera pasado a otros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario